
Don Pascual Ramos es un señor como tantos otros que vive junto al Popocatépetl. La viva imagen del cinismo y la indiferencia del Día del Abuelo en México.
A don Pascual Ramos ni el mismo Popocatépetl lo azora, ni sus 82 años de vida lo hincan, ni los más de sesenta trabajando en el campo de Tepanapa, Puebla, le traen tanto sufrimiento como las promesas repetidas de los políticos de siempre o como el olvido de los hijos que ya no se acercan.
Confiesa que sí le duele algo en el cuerpo, pero no tan profundo como el dolor que provocan las personas: “Pues sí me duele aquí, en las rodillas, ahorita estoy sentado, pero al pararme me duele aquí en este lado [se toca detrás de la rodilla izquierda], yo creo porque andábamos en el campo temprano y un día se espantó la bestia y me tumbó. Porque una mula es una bestia."
Cuando le pregunto quién hace más daño, si la vida o la gente, se frota las manos y responde con sonrisa sincera: “¡Pues las dos cosas!”. Y no es para menos, porque las historias que más le han hecho mella son esas que vienen de personas como los políticos en campaña: “Pues todos los gobernadores o presidentes de la República, prometen muchas cosas y no hacen nada, nada más nos vienen a engañar, dicen que van a ayudar, que quién sabe qué, pero... ¿cuándo y en qué cosa nos ayudan? Al contrario, suben todas las cosas, nomás prometen.”
Recuerda incluso que los llevan en la camioneta para votar y ahí votan por el que les guste, pero... como le vuelvo a repetir, ¿en qué nos ayudan pues? ¿En qué? ¡Todo sigue igual! Por ejemplo, ahorita lo que afecta mucho es el dólar, le suben y le suben!"

Fotografía: Manolo Roca.
Estas palabras parecen comunes para quienes las consideran como un paisaje de la realidad en México. Cuando doña Helena, esposa de don Pascual, decide expulsar un poco de lo que trae adentro es cuando esas promesas políticas a personas de la tercera edad que viven en pobreza, se transforman en indignación: “Aquí todo caro", dice con lágrimas en los ojos. "¡Ni para nuestra azúcar nos alcanza! Ya todo está caro, ya se malacostumbró el que vende, ¡todo lo quiere caro!"
Y agrega don Pascual: “Me dice mijo, tengo un hijo en México, que el aguacate allá cuesta 50 pesos el kilo, bueno pa' que vea. Ora, aquí lo vamos a vender en Atlixco, ¿a cómo nos pagan? De a 10 de a 15 pesos el kilo, ¿se imagina? Toda la fruta que vendemos aquí. ¿Y allá en México D.F.? 150 o 100 pesos mínimo la caja. ¡A ver! Aquí todo está bien barato en el mercado, y allá [en D.F.] bien caro!”
Y así, don Pascual ha visto lo mismo por más de ocho décadas, no importa que sean del partido azul, amarillo, verde o naranja: “Le vuelvo a repetir, ¡es lo mismo! Sea que entre el PRI, que si entra PAN u otros partidos... ¡es lo mismo! Sí que nos dan nuestro apoyo de la "tercera edad", que le dicen: ¡nos regalan mil pesos cada dos meses! Y siendo que allá en México, según, no le aseguro quién, pero creo que allá les dan mensualmente, aunque mil pesos, pero les dan mensualmente, y aquí nomás cada dos meses. ¡A ver!"
El abandono que más cala

Fotografía: Manolo Roca.
Aunque don Pascual y doña Helena son estampas fieles de lo que ha sido la explotación de la tercera edad por políticos en campaña, el tema de fondo del abandono a personas mayores de 60 años cala hasta los huesos. Ni la misma Helada Negra provoca tanto cuando quema cada árbol que encuentra a su paso como la que viene de los descendientes de uno mismo: “con los hijos ‘ta cabrón’ y recuerda el dolor que viene de sus personas más queridas: “Pues ahorita yo ya no trabajo, viene mijo, el que está en México, y nos regala aunque sea mil pesitos, pero mi otro hijo viene... ¡al año como dos veces, casi no viene! Ahorita ya tiene como tres meses y no ha venido, ¡a ver!”.
Cuando don Pascual recuerda lo que pueden comer es cuando esos otros olvidos cotidianos calan más que el golpe de una mula: “A lo pobre pues, ¿qué cosa vamos a comer? Tortillas con sal, con frijolitos... Aquí no hay carnicerías, comemos carne cada quince días, más o menos. Ahí, pues un kilito. Cuando tenemos pollitos, pues un pollo mata mi señora y ya. Es muy cara la carne, bien cara. Ahorita la cecina en Atlixco, 240 pesos. Bueno, todo caro, ¿no? Si bebemos refresco cada quince días es mucho, más no."

Fotografía: Manolo Roca.
La edad en el olvido y el México indiferente
Don Pascual habla a nombre propio: “La verdad, mi papá me mandó a la escuela nomás tres años. Luego a cuidar los toros, a trabajar. Estudié hasta tercero de primaria. Entonces no había eso de los niños chiquitos [kinder]. Eso sí, todos mis hijos terminaron la primaria, luego ya se van desapartando, ya fueron a buscar su pan, cómo van a vivir”.
Y aunque no sabe mucho de ciencia porque recuerda una vida de trabajo y ejemplo, sin quererlo manifiesta el sentir de esos seis millones de seres humanos que viven en carne propia al México indiferente y cínico que sólo fija su atención en ellos cada vez que es momento de presumir de hacer una obra de caridad.
Y es que, viviendo en este país encantado con los festejos efímeros y sometido por la indiferencia cotidiana hacia nuestros semejantes, la cuestión es: ¿de qué les sirven a todos esos "don Pascuales y doñas Helenas" que cada 28 de agosto se les recuerde que son los abuelos de la familia? ¿Y de qué les sirve que les regalen otros mil pesitos para que aguanten unos años más, si los otros 364 días del año volverán al "baúl de los recuerdos" a pesar de seguir con vida?